La pasada Feria Internacional del Libro en Costa Rica, la Antigua Aduana, nos mostró dos poemarios nuevos de la Editorial Arboleda. Uno de Joan Bernal Brenes y otro de Jenny Álvarez. Nunca había leído a Jenny, no conocía su poesía hasta este momento. Sí la había visto en casa de un amigo poeta Adriano Corrales Arias, había conversado, escuchado música y compartido una botella de vino.
Quiero conversar del libro que leí, "Otra vez el juego, otra vez la vida". Título bastante curioso, en lo que a mí concierne el poemario se compone por un tono en su principio de ternura, romántico pero no pegajoso, con algunos contrastes de melancolía. Sobre todo es un conjunto de poemas de corte orgánico, no se nota artificialidad o nada forzado, imagines guindando de versos sin cohesión, no, hay una fuerza de unidad incuestionable.
Entre otras líneas de pensamiento que hallé noto un tono neutro, no tan feminista, ni un enamoramiento de un yo lírico desposeído y caído en el machismo, noto la libertad de la emoción, de una poética lejana de la confrontación poética, sin embargo, con un alto sentido de la querella entre el yo y el yo por eso me gustó mucho los siguientes dos versos: "Mirá que el tiempo se va/ dejando harapos en las manos". La imagen muestra la confrontación de la reflexión, una extraña posibilidad esperanzadora en medio de la desilusión.
El poemario utiliza el símbolo de la rueda, el ciclo, también usado por el poeta Adriano de San Martín, quién posee una antología con el título "Rueda de la vida". Proveniente de los pensamientos de la India. El círculo, símbolo que indica reiteración de la vida, aprendizaje, repetición, y por su puesto señala a "otra vez el mismo juego", el único que existe en realidad, el que no es ficción; pero es el más ficticio de todos, la vida, la existencia pasajera del día a día. El amor es apenas un escalón si fuera esto Súper Mario Bros.
Otro símbolo, el antihéroe. Hay un poema con el título "Héroe contrariado". Jenny Álvarez juega con la construcción semántica de la imagen del héroe diría un semiótico. El juego inicia recordado imagines de diferentes mitos. Inmediatamente la estrofa tres nos damos cuenta que ese héroe es la misma mujer, niña primero, madre después. Y le dedica el poema heroico a la mujer no heroína sino héroe, juega con el lenguaje. Además, trasforma los sentidos de esa palabra, donde el verdadero héroe es la mujer:
"Por eso te he amado varón.
Yo podría encajarme otra vez de tu costilla,
aunque el cuento dice que somos
/ de diferentes planetas" (p. 27).
Contradice el mito, lo cuestiona, lo amplía, lo multiplica. Y abofetea la tradición. La controla y juega con los sentidos de la realidad con libertad y precisión:
"Por eso te invoco al filo de mi manzana,
por eso buscaré siempre la misma espiga
rebelde de tu mano,
para inventar otra leyenda".
Para inventar,
otra vez, el universo" (p. 27).
La intensidad poética mora en lo contidiano, donde le yo lírico sumerge en el poema "Sangre de pájaro": "Y lo escribo en las paredes y autobuses/ y en los diarios grises de mi ciudad". Hay otros versos que describen un yo lírico que juega con la misma autodefinición de sí misma: "Seré la loca decrépita que saca versos del polvo" la estructura se coloca como zombi, una anciana muera y flaca, pero al mismo tiempo quijotesco, liberadora que replantea su mito de fecundidad después de la muerte, dar vida cuando ya se ha muerto rompe el mito "polvo eres y serás pasivo". No, polvo es y dará versos. Dará vida. Porque según el yo lírico: "Aún no es tiempo de perder el juego".
Y por su puesto hay otro jueguito para leer el clave de amistad un poema dedicado a Adriano Corrales y Mainor González, Américo Ochoa, Armando Madrigal, Alexander Madrigal y Eduardo Díaz: "Sigan, sigan, soplando los dados". Siga, siga, ya vendrá "ese miedo y crujir de dientes", frase de final. El juego es lo único inmortal. Siempre vamos a repetirnos, cambiarán las normas, pero siempre habrá que jugar o existir.
Quiero conversar del libro que leí, "Otra vez el juego, otra vez la vida". Título bastante curioso, en lo que a mí concierne el poemario se compone por un tono en su principio de ternura, romántico pero no pegajoso, con algunos contrastes de melancolía. Sobre todo es un conjunto de poemas de corte orgánico, no se nota artificialidad o nada forzado, imagines guindando de versos sin cohesión, no, hay una fuerza de unidad incuestionable.
Entre otras líneas de pensamiento que hallé noto un tono neutro, no tan feminista, ni un enamoramiento de un yo lírico desposeído y caído en el machismo, noto la libertad de la emoción, de una poética lejana de la confrontación poética, sin embargo, con un alto sentido de la querella entre el yo y el yo por eso me gustó mucho los siguientes dos versos: "Mirá que el tiempo se va/ dejando harapos en las manos". La imagen muestra la confrontación de la reflexión, una extraña posibilidad esperanzadora en medio de la desilusión.
El poemario utiliza el símbolo de la rueda, el ciclo, también usado por el poeta Adriano de San Martín, quién posee una antología con el título "Rueda de la vida". Proveniente de los pensamientos de la India. El círculo, símbolo que indica reiteración de la vida, aprendizaje, repetición, y por su puesto señala a "otra vez el mismo juego", el único que existe en realidad, el que no es ficción; pero es el más ficticio de todos, la vida, la existencia pasajera del día a día. El amor es apenas un escalón si fuera esto Súper Mario Bros.
Otro símbolo, el antihéroe. Hay un poema con el título "Héroe contrariado". Jenny Álvarez juega con la construcción semántica de la imagen del héroe diría un semiótico. El juego inicia recordado imagines de diferentes mitos. Inmediatamente la estrofa tres nos damos cuenta que ese héroe es la misma mujer, niña primero, madre después. Y le dedica el poema heroico a la mujer no heroína sino héroe, juega con el lenguaje. Además, trasforma los sentidos de esa palabra, donde el verdadero héroe es la mujer:
"Por eso te he amado varón.
Yo podría encajarme otra vez de tu costilla,
aunque el cuento dice que somos
/ de diferentes planetas" (p. 27).
Contradice el mito, lo cuestiona, lo amplía, lo multiplica. Y abofetea la tradición. La controla y juega con los sentidos de la realidad con libertad y precisión:
"Por eso te invoco al filo de mi manzana,
por eso buscaré siempre la misma espiga
rebelde de tu mano,
para inventar otra leyenda".
Para inventar,
otra vez, el universo" (p. 27).
La intensidad poética mora en lo contidiano, donde le yo lírico sumerge en el poema "Sangre de pájaro": "Y lo escribo en las paredes y autobuses/ y en los diarios grises de mi ciudad". Hay otros versos que describen un yo lírico que juega con la misma autodefinición de sí misma: "Seré la loca decrépita que saca versos del polvo" la estructura se coloca como zombi, una anciana muera y flaca, pero al mismo tiempo quijotesco, liberadora que replantea su mito de fecundidad después de la muerte, dar vida cuando ya se ha muerto rompe el mito "polvo eres y serás pasivo". No, polvo es y dará versos. Dará vida. Porque según el yo lírico: "Aún no es tiempo de perder el juego".
Y por su puesto hay otro jueguito para leer el clave de amistad un poema dedicado a Adriano Corrales y Mainor González, Américo Ochoa, Armando Madrigal, Alexander Madrigal y Eduardo Díaz: "Sigan, sigan, soplando los dados". Siga, siga, ya vendrá "ese miedo y crujir de dientes", frase de final. El juego es lo único inmortal. Siempre vamos a repetirnos, cambiarán las normas, pero siempre habrá que jugar o existir.